LI Congreso de Filosofía Joven
Madrid, 30 de junio - 3 de julio de 2014

Mesa 6


MESA 6
LENGUAJE Y PODER
Discurso, dominio e identidad



Organización de la mesa:
Pedro Abellán Artacho (UCM)
Laura García Portela (UV)


Si quisiéramos analizar cuál fue la aportación clave de la filosofía del lenguaje al vínculo entre lenguaje y poder deberíamos recurrir a la filosofía wittgensteniana. Al superar los límites del análisis de la función descriptiva del lenguaje (de la mera constatación de realidades) para incluir la constitución y regulación de las prácticas socio-culturales, se amplía cualitativamente la investigación del lenguaje en la esfera pública. Los teóricos de los actos de habla abrieron la puerta que llevaría a constatar las inmensas implicaciones que las intuiciones de Wittgenstein tendrían para el ámbito de la política. Desde Austin encontramos ya un vínculo entre poder y lenguaje, en tanto que buena parte de los actos de habla no son concebibles si no es bajo una estructura social que dota de poder a los individuos que tienen éxito en sus actos de habla. Del mismo modo, Searle señaló el poder de los actos de habla exitosos en la constitución de la realidad social. Ambos apuntarían a una de las funciones del lenguaje en su relación con el poder: la construcción y mantenimiento de realidades sociales.
     La filosofía de la sospecha iría un paso más allá: el lenguaje como elemento de dominación social. Desde los análisis de Foucault, pasando por el psicoanálisis y la teoría de género, el lenguaje es concebido como una herramienta más para el ejercicio del poder. Éste ya no es algo que un individuo privilegiado posee, sino algo que se ejerce, que ejercemos, en nuestras interrelaciones socio-políticas. Pero ¿debemos concebir el lenguaje como una herramienta al servicio de la dominación? Desde corrientes habermasiana se negaría: el lenguaje “en su uso original” debe concebirse como una herramienta al servicio de la “acción comunicativa”, esto es, al servicio de las interrelaciones sociales en las que establecemos los consensos acerca de cómo debemos regir nuestra práctica social colectiva. Así, el objeto de debate es tanto la naturaleza del lenguaje como la naturaleza y posibilidades de las relaciones sociales.
     Pero esta atención hacia el lenguaje, imbuida por la lingüística saussuriana y que se ha venido a llamar “giro linguístico”, tuvo amplia difusión en muchos otros campos. Este nuevo ámbito de conocimiento sirvió como inspiración a diversas corrientes de investigación a la par que les proporcionaba herramientas y modelos analíticos nuevos. La noción de discurso se extendió tanto a la Filosofía como a las Ciencias Sociales, multiplicando en su travesía sus significados y la diversidad de sus objetos empíricos, pero nunca alejándose de la noción de poder. Intentando ser fieles a esta realidad multidisciplinar, la mesa persigue mostrar varias de las miradas desde las que se ha tratado la compleja y apasionante relación entre lenguaje y poder.
     El antiesencialismo saussuriano que viene de la mano de la arbitrariedad del signo lingüístico abre la puerta para plantearse, como ya lo hiciera la tradición retórica, formas en las que el poder puede servirse del lenguaje para lograr sus objetivos: el lenguaje no es inocente. Este uso del lenguaje dejaría rastros en todos los niveles lingüísticos, desde el fonético hasta el discursivo. La lucha se da no sólo al nivel de las ideas, sino también de la lengua. Partiendo de “el medio es el mensaje” (McLuhan), cabe preguntarse: ¿pueden las ideas ser comunicadas independientemente de su forma?
     Foucault, para quien el poder es condición de existencia del discurso, abre la puerta a problemas fundamentales sobre la naturaleza política de su articulación. Ésta a su vez remite a cuestiones ontológicas y epistemológicas: ¿es posible la objetividad en discursos tan significativos como el científico o el ideológico? En este sentido, nos interesan especialmente las aportaciones en diálogo con la tradición postestructuralista (Derrida, Deleuze, Laclau o la escuela de Essex), pero también del análisis crítico del discurso (Fairclough, van Dijk, Wodak) u otro tipo de análisis, como el de metáforas (Lakoff) que puedan aportar a la reflexión.
     Otra consecuencia del antiesencialismo que algunos postestructuralistas incorporan al marxismo es que queda cuestionada la clase obrera como la única colectividad legitimada para articular nuevos discursos con la finalidad de oponerse al hegemónico, reconociendo el derecho de otras minorías a constituir identidades desde las que defender los intereses propios. Así es el caso de los movimientos Queer y Feministas, entre otros muchos; identidades que son construidas a la vez en el discurso (y por tanto, bajo sus reglas). Solo a partir de la construcción de identidades desde la ruptura de la hegemonía (esto es, solo a través de la práctica de una narratividad alternativa) puede generarse una identidad de oprimidos que posibilita el cambio (una nueva articulación) del orden establecido. Un orden que se encarga de desdibujar mediante significados estereotipados esas identidades, si acaso llegan a ser reconocidas. En este último sentido, el análisis de las ideologías que han realizado autores como van Dijk, quien afirma el carácter discursivo, mental y grupal de estos entramados de creencias, ha abierto puertas a estudios empíricos.
     En conclusión: ¿es el lenguaje un mero elemento de dominación o el vehículo para la constitución de la armonía de la sociedad civil?; ¿en qué forma se reflejan los conflictos por el poder en el lenguaje?; ¿qué papel desempeña el lenguaje que lo hace tan interesante para el poder?; ¿se puede democratizar el poder ejercido sobre el lenguaje?; ¿en qué forma constituye el lenguaje a las identidades que buscan la politización de sus reivindicaciones?; ¿cómo se enfrentan las minorías a través del lenguaje a las caricaturas y exclusiones impuestas desde el orden hegemónico?