LI Congreso de Filosofía Joven
Madrid, 30 de junio - 3 de julio de 2014

Mesa 1


MESA1
CUERPO Y PODER
Los cuerpos: objetos de colonización y lugares de resistencia



Organización de la mesa:
Rocío Melendo Aban (UZ)


La relación entre cuerpo y poder se ha manifestado como una historia problemática desde al menos el s. XVI. En un acercamiento ingenuo y actual el cuerpo puede ser definido como un objeto físico de determinada extensión que posee cualidades sensibles. El hecho mismo de ser definido como “objeto” evidencia el problema principal con que en la actualidad nos encontramos en la reflexión en torno a la corporalidad: bebemos todavía del paradigma mecanicista iniciado por Descartes y Hobbes. Paradigma que parcialmente consigue superar la fenomenología, en particular la concepción de cuerpo como “vehículo del ser en el mundo” desarrollada por Merlau-Ponty, pero cuyo relativo éxito difícilmente se traduce en prácticas políticas capaces de frenar el avance del control de las fuerzas vitales que Foucault llamó “bio-poder”. El inicio del desarrollo capitalista se caracteriza por una batalla contra el cuerpo, el proceso que Foucault llamó “disciplinamiento del cuerpo”, esto es, una condición fundamental para el desarrollo capitalista que consiste en el intento estatal y eclesiástico de transformar la potencia del individuo en fuerza de trabajo. Como ha señalado Max Weber dicho objetivo se encuentra en el corazón de la ética burguesa y, de esta manera, la producción de una fuerza de trabajo disciplinada es un largo proceso que se inicia en el s.XVI y no culmina hasta el s.XIX plagado de una intensa resistencia hacia el trabajo asalariado. Dinámica en la cual el ejercicio del poder por medio de la violencia sobre todo cuerpo rebelde recae en la incipiente burguesía mercantil. Como señala Silvia Federici [1] se configura, así, el cuerpo como máquina productiva destinada al trabajo y a la producción de la fuerza de trabajo. Esta nueva consideración política del cuerpo tuvo su repercusión en el pensamiento filosófico y la reciente preocupación por la mecánica del cuerpo, al tiempo que se desarrolló la ciencia médica, indispensable para desencantar al cuerpo de concepciones animistas previas, lo cual permitió racionalizar sus capacidades y explotarlo como útil social. La consecuencia obvia es un incremento en la sujección del cuerpo al orden estatal y a los discursos hegemónicos en torno al mismo. El cuerpo se convierte así en límite y condición de existencia de la fuerza de trabajo. Esta situación acarrea consecuencias políticas claras, a saber, el surgimiento del mito del “sujeto autoconstituido”, lo cual culminará en la concepción de libertad propia de la modernidad. A este respecto podemos preguntarnos cuál es, en la actualidad, el resultado de enlazar la mecanización del cuerpo con el dominio sobre uno mismo o una misma y sus afectos.
     Sin embargo, es importante destacar que la gestión del cuerpo humano no es sexualmente neutra en el orden patriarcal, tal como afirma María Milagros Rivera Garretas [2]. El estudio del cuerpo humano es esencial para la política y para el pensamiento de las mujeres. Adriana Cavarero [3] ha señalado la existencia de un cambio esencial en los procesos de gestión del cuerpo, a saber, la inicial atribución del origen del cuerpo a la madre es suplantada por la atribución del origen del cuerpo a la polis; cambio que está, como puede deducirse, íntimamente relacionado con el nacimiento de la democracia occidental. En esta nueva configuración la polis otorga el cuerpo a sus ciudadanos, por lo que éstos deben su cuerpo a la misma. Las mujeres, en tanto no gozan del estatus de ciudadanas, no deben su cuerpo a la polis lo cual, además del impedimento de participar en asuntos públicos y las campañas militares, implica la inexistencia de un origen definido: son extranjeras, seres sin patria. Es así como el cuerpo femenino desaparece de la historia occidental hasta la Europa cristiana occidental donde reaparece en términos nuevos: el cuerpo de la mujer es el cuerpo entregado, no ya por el gobierno de los humanos, sino por el gobierno divino. Empero, la existencia del cuerpo femenino como residencia del logos divino, tal como afirma María Milagros Rivera Garretas, no perdurará ya que, en el proceso de disciplinamiento del cuerpo antes mencionado el cuerpo femenino es encomendado al Estado y a la profesión médica: se condenará el aborto y la anticoncepción desde el s.XVII reduciendo el útero a una herramienta de reproducción del trabajo. Situación que continúa en la contemporaneidad occidental como podemos comprobar en la lucha política por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y respecto a la cual conviene interrogarse por su relación con el concepto de “bio-poder”.
     No obstante, el surgimiento de la máquina como modelo de comportamiento subjetivo y de ordenación social no ignora el hecho azaroso de la diferencia sexual. Así, la relación histórica de las mujeres con su cuerpo ha venido marcada por el poder en la forma específica del “cautiverio”, tal como sugiere Marcela Lagarde[4]. La relación de los cuerpos sexuados en femenino con el poder se concreta en la obligación de cumplir con el deber asignado al ser femenino en su grupo de referencia, ya sea clase, raza, edad, religión u otras determinaciones constitutivas de la identidad. Ello implica que el cuerpo de las mujeres excede el límite de la piel incluyendo en sí todas las extensiones que se le atribuyen en tanto es coronado como compendio de cualidades biológicas, sociales, culturales y espacio privilegiado del erotismo. Así, todos los aparatos hegemónicos de socialización femenina en la ordenación civil (tal como son la pareja, la conyugalidad, maternidad y paternidad, la filialidad, la familia, la Iglesia, el sistema educativo e incluso el propio concepto de “la mujer” en tanto creación ajena a las mujeres concretas) son instituciones públicas del poder patriarcal que reproducen para la mujer la división genérica del mundo. Estas instituciones revelan que la ordenación estatal refuerza la especialización de las mujeres a partir de su cuerpo, de su sexualidad y de su capacidad reproductiva de la especie humana en tanto las concibe funciones de reproducción social. En definitiva, el cautiverio nacido del poder sobre la mujer se erige en torno al cuerpo, la subjetividad, el tiempo y el espacio de la mujer. Como afirma Marcela Lagarde “como ciudadana o como fiel, como hija o como esposa, como madre o como prostituta, el poder atraviesa el cuerpo de la mujer" [5]. En tanto cada mujer reproduce el destino social que le ha sido asignado el cuerpo se convierte en un microespacio del poder estatal, la historia de sus somatizaciones da cuenta del alcance del “bio-poder”, pues es la mencionada tecnificación del cuerpo lo que enlaza la existencia de las mujeres a relaciones sociales de poder, exclusión e inclusión.
     Estas relaciones tienen lugar hoy día en las condiciones socioeconómicas del capitalismo avanzado en que vivimos produciendo un sujeto no unitario cuya corporeidad está atravesada por múltiples contradicciones. Son, somos, cuerpos mediados por la tecnología, cuerpos cyborg acumulados cual masa anónima que sobreviven en condiciones de explotación en una economía global cuyo resorte es el mismo impulso tecnológico. Para la constitución de los sujetos contemporáneos desde una óptica ética y política es indispensable la reflexión acerca de la corporización humana y no humana, pues el manejo de la vida ocupa un lugar privilegiado en nuestra economía política, como señala el tremendo desarrollo de la genética y la biotecnología y la relación de dependencia que con ellas hemos creado. Siguiendo a Bradotti[6], resulta necesario pensar nuevas formas para operar respecto al poder, configuraciones actuales que atiendan a las particularidades de los sujetos no unitarios, de cuerpos cyborg sumergidos en relaciones sociales donde el poder se expresa y ejerce en múltiples registros y donde la resistencia de los cuerpos se da en la intersección de las múltiples determinaciones que nos constituyen. Pensar en la capacidad de resistencia de los cuerpos contemporáneos frente a los efectos del poder nos abre un ámbito diferente de realidad respecto a qué sea aquello que llamamos poder: el poder está en relación con la noción “vita activa” desarrollada por Hanna Arendt, esta es, una vida que se rige por la configuración activa del mundo, por la autorrealización en la acción, por el cambio creador. Esta configuración de la vida está sometida a la decisión del sujeto, a su poder respecto al mundo. Así, la vita activa caracteriza al ser humano como poder de decisión sobre la propia vida, afirma la potentia del sujeto y su capacidad de trascendencia. La modificación contemporánea de la situación social de las mujeres como grupo social evidencia esta mutación en el concepto de poder, pues estamos asistiendo a un cambio, tanto estructural como simbólico, en las relaciones sociales basadas en el género: el paso de ser objeto histórico a ser sujeto histórico, protagonista de la crítica y transformación de la cultura y la sociedad. Las mujeres avanzan ahora como grupo histórico que critica su condición, redescubren la historia, definen nuevas necesidades y enuncian objetivos desde su particularidad. Así, podemos afirmar siguiendo a las pensadoras de la Librería de Mujeres de Milán, que el cuerpo de las mujeres ya no es únicamente un cuerpo sujetado sino un lugar desde el que modificar el mundo y crear relaciones de libertad. La modificación de sí, el poder sobre una misma y sobre uno mismo, que ahora aparece como resorte de libertad está relacionada con la vivencia del género, lo cual plantea ciertos interrogantes: ¿dónde se sitúa el límite en la modificación corporal de los sujetos sobre sí mismos? El proceso de descorporización y recorporización, que actualmente podemos encontrar en las prácticas médicas de trasplante de órganos y de reasignación de sexo, ¿qué consecuencias políticas portan? ¿es la existencia de órganos sin cuerpo una práctica de libertad o una consecuencia de la sujeción al “bio-poder”?

A partir del horizonte conceptual que hemos esbozado se sugieren, pero sin carácter restrictivo, las siguientes cuestiones para la investigación:
  • Potestas sobre el cuerpo y potentia del cuerpo: el debate en torno a los derechos sexuales y reproductivos como materialización sexuada de los efectos de “bio-poder”.
  • La relación existente entre economía global contemporánea y anonimato del cuerpo como elemento de control social: el cuerpo sin órganos y la existencia de órganos descorporeizados.
  • ¿Cómo se relaciona la mecanización del cuerpo con el desarrollo del poder sobre uno mismo o sobre una misma? Mito del sujeto autoconstituido.

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[1] FEDERICI, Silvia. Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Madrid: Traficantes de sueños, 2010.
[2] RIVERA GARRETAS, Mª Milagros. Nombrar el mundo en femenino, Barcelona: Icaria, 1994.
[3] CAVARERO, Adriana. Figure della corporeità, Milella Edizioni, 1994.
[4] LAGARDE, Marcela. Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, Madrid: Horas y horas, 2011.
[5] Ibid, p. 185.
[6] BRAIDOTTI, Rosi. Transposiciones. Sobre la ética nómada, Barcelona: Gedisa, 2009.