LI Congreso de Filosofía Joven
Madrid, 30 de junio - 3 de julio de 2014

Mesa 10


MESA 10
TECNOLOGÍA Y PODER
La revolución cibernética y las nuevas subjetividades del S.XXI



Organización de la mesa:
Israel Roncero (UC3M)


Tecnología, poder y subjetividad son tres conceptos que, al menos desde Foucault, se encuentran estrechamente vinculados. Según Michel Foucault, la subjetividad moderna se ha venido forjando a través de una serie de “tecnologías”, en un sentido metafórico, que han dado forma de manera activa a la identidad de los sujetos. Estas “tecnologías del sujeto”, tales como la producción discursiva institucional o estatal, el aparato médico y psiquiátrico, el sistema educativo y penitenciario, etc., son herramientas de poder y, recurriendo a ellas, se consigue reconducir la conducta de los miembros que componen el cuerpo del Estado, para orientarlas hacia una economía determinada.
     Sin embargo, lo que en la propuesta foucaultiana parecía funcionar meramente en un sentido figurado y metafórico, pasaría a ser aplicado en un sentido literal por otras corrientes filosóficas, concretamente por dos corrientes filosóficas que discurrirían de manera paralela en el seno del feminismo. Para estas corrientes feministas, la tecnología sería, literalmente, una herramienta recurrente del “poder”, y al tiempo un instrumento determinante a la hora de configurar nuestra subjetividad.
     Durante los años 70, el ecofeminismo, corriente vinculada con los movimientos ecológicos, vino a poner en evidencia la dicotomía que articulaba nuestro contexto social, eminentemente patriarcal y colonial: según el ecofeminismo, el patriarcado occidental se servía de la tecnología como instrumento de poder para domeñar a aquellos objetos que pretendía colonizar, tales como la naturaleza o las mujeres. Si la tecnología era una herramienta de poder expresiva de la subjetividad masculina occidental, las mujeres, decía el ecofeminismo, debían huir de los espacios urbanos, rechazar el desarrollo tecnológico, refugiarse en un paraíso pre-civilizado, y volver a ponerse en contacto con la Madre Tierra.
     Sería hacia los años 90 cuando otro movimiento feminista, surgido en el seno del anterior y también vinculado a una cierta corriente “new age”, pero con propuestas totalmente antitéticas, volvería a hacer hincapié en la relación entre tecnología, poder y subjetividad (en este caso subjetividad de género). Se trataba del cyberfeminismo, también llamado feminismo cyborg. Este movimiento filosófico, sin refutar que la tecnología hubiera sido un aparato al servicio de la sociedad patriarcal, se negaba a aceptar que la tecnología fuera per se un elemento negativo, criticando la demonización de la tecnología llevada a cabo por el ecofeminismo. Si la tecnología era poder, el poder, como sugiriera Foucault, no podía ser poseído, sino que podía ser ejercitado por todos los miembros de lo social, y si cristalizaba en torno a determinadas instituciones (tal sería en este caso el patriarcado), era susceptible de ser reapropiado, decía entonces el cyberfeminismo. La tecnología, tal y como proponían las autoras cyberfeministas, también podía estar al servicio de las mujeres, antes bien, habría de convertirse en un engranaje fundamental de su desarrollo y emancipación.
     Como vemos, estas dos corrientes ejemplifican las dos visiones antitéticas que se han mantenido sobre la tecnología desde la Revolución Industrial: la ludista o distópica, que presenta a la tecnología como un ente al servicio “del Poder”, y la celebratoria y utópica, que presenta a la tecnología como parte de una estrategia de liberación ciudadana.
      Por otro lado, la principal representante del cyberfeminismo, la ya icónica Donna Haraway, establecería otra relación entre tecnología y subjetividad: aquella que sugería que éramos sujetos eminentemente tecnológicos. Una vez que nuestros cuerpos eran constantemente extendidos (Marshall McLuhan) y penetrados (David Cronenberg) por tecnología, ya no podíamos concebir la tecnología como una simple “herramienta”, sino que pasaba a ser un elemento determinante de nuestras cuerpos y nuestras identidades, modificando de manera taxativa nuestra subjetividad.
     Para Haraway, extendidos y prolongados por una multitud de aparatos tecnológicos, cables, ceros y unos, ya no deberíamos considerarnos nunca más humanos. En otras palabras, si yo soy yo y mis circunstancias (Ortega), cuando mis circunstancias son un paisaje tecnológico, no soy otra cosa que un cyborg (José Luis Molinuevo): un híbrido de humano y máquina.
     Se genera así la noción de identidad prostética, donde el yo no se define por los lazos de sangre, parentesco o territorialidad, sino en función de los objetos que lo prolongan y la forma que tiene de habitar un contexto (Fernando Broncano).
     Haraway exploraría de qué manera afectó esta transformación a la subjetividad moderna y a la sexualidad, pues para ella este nuevo estatus posthumano nos invitaba a disolver las dicotomías que hasta ahora habían servido para pensar nuestras identidades (humano-máquina, natural-artificial, original-prótesis, hombre-mujer, etc.). Una vez que nos pensábamos como cyborgs, nuestra identidad era inevitablemente un híbrido de los polos que conformaban estos férreos binomios, que ahora eran abandonadas, en pos de una subjetividad frágil, inestable, prostética, proteica, mutante, nómada y fragmentada, característica de los relatos de la postmodernidad.
     Además, el cyborg, en tanto que reeditable y rehecho a sí mismo, se convertiría en el representante de un tipo de subjetividad radicalmente autónoma capaz de autogestionarse. La metáfora del cyborg, que etimológicamente proviene de la palabra griega empleada para designar al timonel del barco, vendría a simbolizar a aquellos sujetos que toman el control de su propia identidad, sujetos auto-poiéticos y performativos. El sujeto cyborg se rebelaba contra el determinismo de la Naturaleza y reconfiguraba su destino, su identidad y su cuerpo (Orlan, Stelarc).
     No obstante, esta concepción radicalmente autónoma de la subjetividad que representaba el cyborg sería puesta en cuestión tras la aparición de Internet.
     Tras la popularización de este medio, la red se convertiría en un espacio idóneo para el ejercicio del poder ciudadano, comenzando ya con la cultura hacker de los 90 (Lovnik), hasta los movimientos de resistencia ciudadana en la actualidad, desde el 15-M, La Primavera Árabe u Occupy Wall Street. Este tipo de movimientos pondrían en práctica, gracias a la tecnología, un tipo de concepción de la propia subjetividad que ya había sido anteriormente propuesta (a un nivel meramente teórico) por Guilles Deleuze y Félix Guattari, y que sería desarrollada más adelante por Toni Negri y Michael Hardt: la subjetividad del devenir manada o, como la reformularían Negri y Hardt recientemente, la subjetividad de la multitud.
     Es ésta un tipo de subjetividad que se niega a identificarse con el yo individualista, característico del solipsismo del sujeto ilustrado, romántico o cyborg, pero también con el yo masa ahormado por el fascismo o el capitalismo: a caballo entre el yo y el vosotros, en el contexto de las redes sociales, emerge un nuevo tipo de subjetividad rizomática y “multitudinaria”, donde el yo no queda disuelto en la masa, sino que conserva su individualidad, pero siempre entretejiendo su agencia con la de los otros, desarrollando su capacidad de acción política de manera conjunta.
     De este modo, la subjetividad contemporánea, tras la aparición de Internet y las redes sociales, se convierte en una subjetividad eminentemente relacional (José Luis Brea).
     Finalmente, desde el cyberfeminismo volvería a hacerse hincapié en el potencial emancipador de la tecnología, aludiendo específicamente ahora a la red, con autoras como Sadie Plant o Remedios Zafra. Según estas autoras, gracias a la red, que democratiza las formas de producción y consumo culturales, podrían ponerse en cuestión los cánones hegemónicos que dan forma a nuestra subjetividad. Remedios Zafra, además, abogaría por presentar internet como una suerte de “cuarto propio conectado”, reformulando a Virginia Woolf: un cuarto propio donde poder ejercitar con mayor facilidad las capacidades reflexivas que definen a un sujeto emancipado y, al mismo tiempo (en tanto que cuarto íntimo volcado en lo público), como una plataforma donde hacer dialogar esa reflexión íntima con la voz de la colectividad, para crear comunidades de participación (José Luis Brea).
     Éstos son sólo algunos de los enfoques a los que la presente mesa de comunicaciones apelará para pensar la relación entre la tecnología, el poder y la subjetividad, pero serán bienvenidas todas aquellas propuestas que, dentro del marco filosófico y temporal arriba esbozado, contribuyan a reflexionar sobre las múltiples formas de articulación de estos conceptos, o bien que traten de responder a alguna de las siguientes preguntas:
     ¿De qué manera la subjetividad contemporánea ha sido configurada tecnológicamente? ¿Cómo definir una subjetividad prostética y extendida? ¿Qué función social juegan las nuevas estrategias de empoderamiento y reapropiación cultural surgidas en el espacio de las nuevas tecnologías? ¿Qué papel juega internet en los movimientos de emancipación ciudadana?
A continuación, a modo de sugerencia, se proponen algunas líneas temáticas a las que pueden adscribirse las propuestas, pero sin necesidad de limitarse a ellas.
  • “Tecnologías” de poder. La subjetividad contemporánea y su configuración tecnológica.
  • Cultura hacker y poder.
  • Internet y emancipación ciudadana.
  • Cómo articular el poder en la tensión de las realidades offline-online.
  • Subjetividad prostética: el yo contemporáneo y sus prótesis tecnológicas.
  • El sujeto extendido y penetrado por la tecnología: la nueva carne.
  • Youtube y la identidad performativa.
  • El CSO (cuerpo sin órganos) en Internet.
  • “Devenir manada” online.
  • Rizoma y subjetividad interconectada.
  • Internet, cultura amateur y software libre: democratización de las formas de producción y consumo.
  • Rostrificación del cuerpo en el contexto de las redes sociales.
  • Ludismo y utopía en los nuevos paisajes tecnológicos.
  • Redes sociales, poder, singularidad y colectividad.
  • Relecturas y contra-genealogías feministas del desarrollo tecnológico.
  • Internet, creación de nuevos juegos del lenguaje y liberación gay: de Alan Turing a las páginas de contactos para homosexuales.
  • Internet y empoderamiento de género/raza/clase, etc.